El Padre Faustino, antes de ser sacerdote escolapio, su nombre de pila y por el que le conocía su familia era Manuel.

Manuel, nació el 24 de Marzo de 1831 en Xamirás, una de las aldeas que formaban Acebedo del río, cerca de Celanova, en la provincia de Orense.

Allí, vivía la familia Míguez González, sus padres Benito Míguez y María González son un matrimonio generoso y sacrificado que sabe de trabajos y entrega. Se dedican a las tareas del campo y son buenos cristianos. Abiertos a la naturaleza, a la vida y a Dios van acogiendo en el hogar los frutos de su amor matrimonial que reciben con alegría: Carmela, Antonio, José y el más pequeño, Manuel, quien será el futuro Padre Faustino. Manuel fue bautizado al día siguiente de su nacimiento, el 25 de Marzo, fiesta de la Encarnación.

En Xamirás la vida es tranquila, hay tiempo para todo. Cada mañana y cada tarde, Dios se hace presente en los hogares con la oración sosegada de las familias unidas en torno al fuego. En este ambiente, Manuel asimila una de las líneas claves de su espiritualidad en el futuro, el amor a María bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores, imagen de la Capilla de San Cipriano, la más cercana a su casa.

Manuel realiza los primeros estudios, como cualquier niño de su edad, en la escuela municipal. Para llegar a ella tiene que caminar con fío o con calor, al amparo de los mayores, en sus primeros años, o siendo responsable de los pequeños cuando ya fue mayor..

El pequeño de la casa fue creciendo y madurando. Su vida transcurre entre el estudio, la colaboración en los trabajos del campo, los buenos ratos en su pandilla de amigos y la oración. También colaboraba con el párroco en la catequesis  de los pequeños, un gesto sencillo cuyo recuerdo ha perdurado. Ya desde joven le vemos apostar por el estímulo, como elemento educativo, obsequiando con aceitunas a los más estudiosos. Manuel es un adolescente inquieto, alegre, compañero, solidario, decidido. Descubre y ama la vida que se le regala y aún en medio de la adolescencia, se da cuenta de que sólo tiene una cosa clara: no quiere malgastar el don que ha recibido. Comienza a preguntarse qué hacer con su vida, qué rumbo serguir. El caer de la tarde con su puesta de sol, es para él momento de encuentro consigo mismo; y su corazón se llena de gozo al descubrir dentro de sí el deseo de entregar su vida a Dios, como sacerdote.

Su hermano Antonio ya había empezado los estudios para ser sacerdote, y también su hermano José quería seguir este mismo camino. Ante esto, Benito, el padre, experimentaba por una parte gran gozo, y por otra, una honda preocupación por quien será, entonces, el que continúe al frente de la hacienda familiar. Busca una salida para lo que parece tener difícil solución por las intenciones de sus tres hijos: echa a suertes quién se hará argo de la administración de las fincas. Y la suerte reae en José.

Manuel sale de casa con dieciséis años rumbo al Santuario de los Milagros para iniciar sus estudios de Latín y Humanidades con un     horizonte claro: ser sacerdote. Atrás queda todo lo más querido: sus padres, amigos, compañeros. Su vida llena de aire limpio, fresco, sano y sencillo que le ha proporcionado su escondida aldea y el entorno familiar.

Manuel estuvo en el Santuario desde 1847 a 1850. En este centro aprendió latín y números, y también diferentes oficios. Progresó en el amor a la Virgen, razón de ser de aquel lugar, y de Ella recibió la lección del servicio, de la sencillez y de la fidelidad. Durante su estancia en este centro Manuel destacó como uno de los mejores alumnos, por su aprovechamiento en el estudio y por sus cualidades humanas y religiosas. En su hogar había aprendido la solidaridad con los necesitados y ahora tiende la mano a un amigo suyo, igualmente necesitado de ayuda en el estudio. Es destello de una vocación educadora, velada todavía en este momento para Manuel. “Ya de estudiante procuraba ayudar a los alumnos o condiscípulos menos aventajados para que se pusieran al mismo nivel en las disciplinas que cultivaban” nos dice el P. Olea Montes, escolapio y gran amigo del P. Faustino.

Manuel vive parte de su juventud en este Santuario, foco de una gran espiritualidad mariana. Y aquí junto a María, la Virgen de los Milagros, vive Manuel un sencillo acontecimiento, del que Dios se sirve para manifestarle el proyecto de vida al que le llama, y que va a suponer el comienzo de un camino insospechado. Manuel mantiene un contacto cercano y asiduo con uno de sus compañeros; estudian juntos y así se ayudan y animan. Este trato se convierte en una sincera relación de cercanía y amistas. Un día, que sin duda quedaría grabado en el corazón de Manuel, su amigo reibe la visita inesperada de un tío suyo que es sacerdote-escolapio, y se lo presenta. es un encuentro que nunca podrá olvidar, porque marcó y cambió el rumbo de su vida. Comparten y charlan un rato, y, como una chispa, brota en el joven Manuel el deseo de ser sacerdote y maestro, siguiendo el espíritu de José de Calasanz. Así son los planes de Dios; suele servirse de acontecimientos insignificantes para manifestarnos su voluntad.

Manuel reza, discierne, pide luz y Dios se le revela amorosamente cercano. Cada vez descubre con más claridad que Dios, le llama a la Vida Religiosa. A los pies de María, “Madre y protectora” acoge y acepta la invitación alentado y fortalecido por maría, como él mismo dijo: “Que me ha traído la Santísima Virgen María para trabajar en su grey predilecta”. No sin dificultades, lucha con todas sus fuerzas para conseguir su ideal, y al final, obtiene la aprobación que más desea para seguir el camino al que se siente llamado. Desde el comienzo Manuel sabe de obstáculos, contratiempos y, sobre todo, de cómo no dejarse vencer por ellos. Ahora sólo queda esperar a que finalice el curso para emprender su marcha a Madrid.

Manuel responde a esta llamada saliendo de su tierra con la mochila llena de amor, ilusión y esperanza. Quiere segiur a Jesús, en el servicio a los niños y jóvenes, desde el estilo que caracteriza a la Orden de San José de Calasanz. No sabemos con exactitud, la fecha en la que Manuel sale de casa rumbo a Madrid, para ingresar en el Noviciado de las Escuelas Pías de la Provincia de Castilla. sí sabemos que vistió el hábito escolapio el 5 de diciembre de 1850, y que fue admitido para clérigo el 26 de enero de 1851. está decidido y por eso una vez terminados sus estudios en el Santuario no ha querido esperar más.

En el momento de empezar el Noviciado, Manuel toma el nombre de Faustino de la Encarnación. Nunca nos ha desvelado qué razones le indujeron a la elección de este uevo nombre, pero a nuestra mente llega el recuerdo de dos datos que quizás tengan alguna significación: fue bautizado un 25 de Marzo, festividad de la encarnación, y a la salida de Celanova hay una ermita dedicada a Nuestra Señora de la Encarnación.

Hace el Noviciado en el colegio de San Fernando, de Madrid, junto con otros 17 compañeros. Faustino inicia esta nueva etapa feliz, con ilusión. Se hace notar por su responsabilidad en el estudio y por sus desdeos de caminar siempre al aire de Dios.  Durante el Noviciado, los jóvenes se dedicaban al aprendizaje del Latín y Humanidades, aunque el tiempo empleado en ello dependía de la instrucción previa con que se presentasen los aspirantes. Como Faustino había realizado la senguda enseñanza elemental en el Santurario, ya en este mismo año 1851 comenzó los estudios de Filosofía.

Después de los dos años de duración de esta primera etapa formativa es admitido a la Profesión Solemne, que tiene lugar el día 16 de enero de 1853. Continúa con los estudios de Teología durante el Juniorato, una vez realizada su Profesión Solemne. Estudiaba un plan a base de Filofía, Tología y matemáticas. En esta etapa pudo ser el primer contacto de Faustino con la escuela. Vive este tiempo de formación como un don gratuito y de cuyos resultados, como escolapio, ha de hacer participes a los demás por medio de la enseñanza. Así lo manifiesta a su hermano Antonio: “En cuanto a los estudios me falta el Derecho Canónico, que con la Química y la Historia Natural, que ya me hallo estudiando, pronto lo concluiré. A este paso van los estudios, hermano mío, y no de cualquier manera sino para enseñar a toda hora cuanto se aprende; bien lo cnoces”.

Al terminar su formación en septiembre de 1855 es destinado a la Comunidad de San Fernando en calidad de maestro de escribir, en la segunda escuela de Primaria, por su habilidad en la escritura de la letra española o escolapia.

El final de su preparación sacerdotal coincide a nivel político con el llamado “bienio progresista”, Espartero está en el poder. Es un periodo trágico para la iglesia, tiene lugar la expulsión del nuncio y los jesuitas, y se llevan a cabo cierre de seminarios. La situación es tal que al P. Faustino se le adelantan algunas órdenes menores “Y por lo tanto lo fuí de Menores el 23 de diciembre de 54, y de Subdiácono el 24 del mismo. No te lo hice saber, lo mimo que anuestros amados padres y hermanos, a causa del poco gusto que nos acompaña”.

Pero nada de esto le detiene en sus ideales de entrega. Está dispuesto a ofrecer su vida a Dios “cueste lo que cueste”. Fue ordenado diácono en 1855 y Presbítero el 8 de marzo de 1856. Su gozo queda patente en la carta que escribe a sus padres por estas fechas; “Amados padres míos, no puedo menos de sentir con ustedes el gozo en que rebosarán sus corazones por ver a dos hijos suyos ministros del Altísimo”. La primera misa solemne la celebró en la iglesia del Colegio de San Fernando el 19 de marzo de 1856, festividad de San José.

Su primer destino, fue en Cuba. La presencia de los Escolapios en Cuba fue debida al interés político del gobierno español, que quiere seguir teniendo en sus manos la formación de los futuros maestros de Cuba, aún colonia española. Ante el elevado número de religiosos necesarios para dicha empresa, se decide enviar Escolapios de las cuatro provincias españolas. entre los enviados, se encuentra el P. Faustino Míguez, que debía permanecer ocho años en la isla antes de regresar a España. Un nuevo viaje para Faustino. Se da cuenta cómo ha de estar siempre preparado. El Dios al que sigue, le pone en camino hacia lo desconocido. El se fía plenamente; sabe que, por la Profesión religiosa, ha hecho de su vida disponibilidad y ofrece lo que tiene en su haber; 26 años de vitalidad e inquietud. Se embarca rumbo a Cuba, cuya tierra pisa el 3 de noviembre de 1857. Allí le espera trabajo duro. Esta comunidad supuso, sin duda, una gran riqueza, a todos los niveles, para Faustino que se encuentra aún dando los primeros pasos en su andadura por la Vida Religiosa.

En Cuba da clases en la escuela de maestros o escuela Normal, de Agricultura, Geografía e Historia, Física, Química e historia Natural. La misión le supone esfuerzo, y Faustino que no entiende de medias tintas ni en el ser ni en el hacer, se entrega de lleno a la tarea educativa, llegando incluso hasta verse comprometida su salud. Así se lo comunica a su hermano José en una carta que le escribe en 1859: “Según dictamen del Médico estoy atacado del hígado, efecto de los continuos esfuerzos que por necesidad he de hacerme en tantas explicaciones como de continuo exige mi profesión”.

En este mismo lugar, dadas las asignaturas que impartía, y la creación del Museo de Historia Natural en el que colaboraba Faustino, se vá perfilando en él cada vez con más claridad su vocación científica.

Aquí en Guanabacoa, no sólo se dedicaba a las labores educativas y científicas, sino que con gran celo, colabora también en la Iglesia de San Antonio. Estas actividades pastorales le dieron la posibilidad de mantenerse en contacto vivo y directo con la espiritualidad calasancia, que va asimilando cada día más. El P. Pedro Alvarez, buen conocedro del P. Faustino por haber sido su maestro de novicios, nos da unas importantes pinceladas del mismo en la carta que escribe, en diciembre de 1858, al P. Comisario Apostólico para darle noticias de su llegada a la isla: “el P. Faustino tan animoso y entusiasta como siempre, ada memoria para todos”.  Pero su salud comienza a resenterise: “estoy atacado del hígado; de la vista ya hace tiempo que también me encuenbtro mal, voy a salir de ésta porque no me conviene el clima, ya debe llegar pronto el día, no es cosa mía, ni yo sabía nada, más cuidan de mi salud los Superiores que yo mismo”.

En 1860, por motivos de enfermedad, vuelve de nuevo a España. Vuelve feliz porque cree de verdad que la aceptación de la Voluntad de Dios es lo más importante y se manifiesta a través de las circunstancias ordinarias de la vida. Desembarca en España el 3 de marzo de 1860, vuelve de nuevo a San Fernando, en Madrid, donde se dedica especialmente a la confesión y la predicación. Además, los destinatarios más directos de la misión pedagógica que ahora se le encomienda, la de maestro de escribir, son los pequeños. Su dedicación a ellos le permite vivir lo más genuino del carisma calasancio, lo que fue una de las grandes intuiciones de José de Calasanz: “Si desde la más tierna infancia el niño es imbuido en la Piedad y las Letras, ha de preverse, con fudnamento, un feliz transcurso de su vida entera”.

Más adelante, Dios le pide denuevo que se ponga en camino. Su brújula le conduce a Getafe y su vida se modelando como un “sí” constante a Dios. Llega el 19 de septiembre de 1861. Getafe es para el P. Faustino lugar de crecimiento y maduración. Son ocho años de profundo ministerio escolapio -como profesor, maestro y director de internos- y de intensidad espiritual con sabor a donación y confianza plena en el Dios que le salva. Aquí su misión educativa desborada el ámbito puramente escolar para invadir, en parte, el familiar. Se le nombra director de una de las tres secciones en que está dividio el internado de Getafe. Seguramente recordó sus años de interno en el Santuario. Una experiencia que le ayudará a comprender mejor a esos niños con los que tiene que desempeñar la función de padre, madre y maestro a la vez.

La actividad académica que lleva a cabo en Getafe llama la atención por la variedad de asignaturas que imparte. En todas estas asignaturas dio siempre una nota de sabiduría y conocimientos profundos, adquiridos sind uda después de muchas horas de dedicación al estudio. Hizo vida la afirmación de José de Calasanz “quien hace voto de enseñar, lo hace también de aprender”. Y él nunca se cansó de aprender. Lo hizo hasta el final de su vida cuando a los 94 años asistía a las conferencias que daban los jóvenes con papel y lápiz en la mano. Su corazón de maestro le llevó a sentirse siempre discípulo del Único y Verdadero Maestro.

A sus treinta y siete años aquel joven inquieto que ayudaba en la catequesis, se nos muestra como incansable en la entrega, en el amor a los niños y jóvenes, en la búsqueda de la verdad, en la fidelidad de su conciencia. Su vida es donación continua y ahora quiere extremar esa donación, a través de esta promesa, en la que ofrece el bien que puedan reportar sus obras a los necesitados de llas. Es un gesto de plena confianza en Dios y de pasión por el hombre necesitado. En Getafe vive con hondura, con intensidad. Asimismo se va indentificando cada día más con sus er escolapio por el que está dispuesto a renunciar a todo. En 1891 el P. Faustino escribe una carta al P. General en la cual nos desvela un dato de su vida, que debió acontecer en estos años, y es el que se le hubiera ofrecido la dignidad episcopal, que siempre pospuso a su hábito. No acepta el ofrecimiento. Seguramente, Faustino Míguez, seducido por el Dios de los niños y jóvenes, ya no encuentra otro modo de vivir si no es dede el mayor tesoro que cree tener: su vocación escolapia. 

De nuevo hay que salir. Ahora, a territorio conocido, añorado quizás en ocasiones. A tierra querida, llena de recuerdos, de experiencias vividas, de cariño. Le trasladan a Celanova en 1868, para la fundación de un nuevo Colegio. La inauguración del colegio tuvo lugar el día 15 de agosto. El acta de este acontecimiento la redacta el P. Faustino que fue nombrado secreatario de la Comunidad. En ella se resalta, cómo es el primer centro escolapio que se establece en el reino de Galicia. En Celanova, Faustino Míguez nos muestra, sin pretenderlo, su alma de educador. Su tiempo, su ser, todas sus energías están al servicio de la educación. Y como buen amante de la “divina misión” está siempre con sus ojos abiertos para “captar y descubrir” todo aquello que contribuya a mejorar la calidad educativa. Trabaja con insistencia en conseguir la emancipaciónd el Colegio y habilitarlo para que pueda hacer los éxamenes y acreditar los títulos. El 29 e julio se recibía el decreto oficial. El sueño educativo anhelado por el P. Faustino era ya realidad. Creemos que para la celebración de este acontecimiento tan importante para el coleigo, y que tanto había deseado el P. Faustino, es cuando sale de sus manos un bello “discurso pedagógico”. Y es que “el hogar”, la tierra que nos ha visto nacer, es siempre el lugar preferido, -por lo que tiene de entrañable, de acogida, de afecto- para expresar las más profundas convicciones, y anhelos. En el “hogar” aflora, sin esfuerzo, lo mejor de lo que uno  lleva dentro.

Es en este momento, donde el padre faustino nos dice del niño “que encierra en sus pocos años el porvenir de la familia y la sociedad entera, representa al género humano que renace, a la patria que se perpetúa y a la flor de la humanidad que se renueva…, es todo el linaje humano, es toda la Humanidad, es todo el hombre con derecho a los cuidados de todas las Autoridades ya la acción y beneficio de todos los poderes…” y de la educación nos dice también que “es la obra más noble, la más grande y la la más sublime del mundo porque abraza a todo el hombre… Es la obra dnivina… es la creación continuada, es la áltísima misión de la Escuela Pía; misión del mayor interés y de la importancia más decisiva así para la dignidad y dicha del inidiviuo y de la familia como de la misma sociedad entera”.

Faustino Míguez es un educador nato. Como a José de Calasanz los niños le han robado el corazón y es un convencido de que el mejor camino para renovar la sociedad y hacer la felicidad humana es la educación. Son reveladoras las palabras de uno de sus alumnos “además de las horas de clase que tenía con él, nos daba la merienda y compartía, igualmente jovial y alegre, nuestro recreos en el patio… Como pedagogo era incomparable. Sabía adaptarse a nuestra capacidad y hacía las clases tan amenas que no había lugar a pérdidas de tiempo. Amábamos las asignaturas del P. Míguez y las asimilábamos con una gran facilidad”.

Tanta es la admiración al P. Faustino en Celanova, que el pueblo, al enterarse de la marcha de los Padres Faustino y Blanco, envía un escrito al P. Provincial pidiendo se revoque la salida de ambos. Firman el documento 57 señores en nombre de la población rogando “se digne disponer que los expresados PP. Míguez y Blanco… continúen ocupando en este Colegio los puestos que de un principio se les ha señalado y en los que tan dignos se han hecho a la consideración, respeto y cariño de todos los que están interesados en la prosperidad de este naciente y ya notable establecimiento de enseñanza”.

Pero su entrega es ahora necesaria en otro lugar, Sanlúcar de Barrameda, fundación que inicia sus primeros pasos. Por parte del P. Faustino ni una plabra en contra de esta decisión. no se planteó el por qué. Se lo dejó a Dios. El P. Faustino llega a esta ciudad el día 9 de septiembre de 1869. La inauguración del nuevo colegio, instalado en el convento de San Francisco, se había hecho un año antes de la llegada del P. Faustino. Aquí vuelve a ser director de internos y maestro en el colegio. Es feliz dedicado a la educación, a la enseñanza, a todo lo que supone este ministerio. Se siente profundamente escolapio y como tal se define: “Como escolapio, soy del pueblo y para el pueblo, consagrado a su enseñanza, debo amenizarla con la práctica”.

En Sanlúcar de Barrameda mostró claramente su afición al estudio. Son muchas las horas que didicó a ello, sobre todo de madrugada. Sus deseos de saber y de estudio se vieron colmados con el servicio que se le encomendó de bibliotecario. Es un autodidacta. Y como tal, va adquiriendo un saber que no es puramente memorístico, sino que tiene una clara orientación práctica y experimental. Así estambién su enseñanza que “ameniza con la práctica”.

La población sanluqueña, reconoce que ésa es una de las características de la instrucción que dan los PP. Escolapios a los alumnos. Los consideran “útiles amigos de la juventud”, y subraya que “el cumplimiento de sus deberes religiosos, no les impide consagrarse con fe viva y tesón digno de elogio, a iniciar hábilmente a us s discípulos en los misterios de la ciencia; y adivinando las necesidades de su inteligiencia y de su corazón les facilitan a la mayor suma de conocimientos con método tan claro como sencillo”.

Se gana a pulso la fama de sabio que cundió entre la población sanluqueña y llegó hasta oídos del Ayuntamiento. Éste le solicita realizar el análisis de las aguas de los mantantiales de la Ciudad y él accede. Dedica siete meses a esta empresa, por la que se ve obligado a renunciar a otros servicios que se le piden. El resultado obtenido le reporta la admiración y reconocimiento de la clase médica de Sanlúcar de Barrameda. Lo recibe con una gran sencillez y normalidad.

En esta época, se dan numerosos sobresaltos sociales y políticos que desembocan en el encarcelamiento por un grupo revolucionario de la comunidad de escolapios de Sanlúcar durante una noche… A su puesta en libertad, se ven obligados a salir embarcados hacia Sevilla.

En esta ocasión, el P. Faustino vive de cerca la experiencia del martirio. No se asustó por ello. Está dispuesto a entregar su vida por amor. Pero dio le tenía destinado dar la vida día a día, y es llevado en en 1873 al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Aquí, al P. Faustino se le asignan algunas clases y la custodia y gestión de la Biblioteca.

El Escorial es, en la vida del P. Faustino, el lugar donde se ponen claramento de manifiesto sus deseos de perfección y radicalidad. El 22 de febrero de 1874, escribe una carta al P. General diciendo lo siguiente: “Al saber con verdadera fruición por alguna carta que, en la República Argentina, se observa nuestra Regla primitiva; no puedo menos de suplicar a Vd. se digne manifestarme, si es cierta dicha reforma y darme en tal caso licencia, órdenes y bendición para incorporarme a dicha naciente Provincia Argentina”.

Expone su deseo, pero sabe que la decisión es de los Superiores. De momento no llega la respuesta ni el permiso. Continúa entregado a su tarea educativa y dedcando tiempo al estudio y la investigación, actividades favorecidas ahora por su oficio de bibliotecario.

Por el devenir social y político de España, la 1ª Republica cae y comienza el reinado de Alfonso XII. Esto provocará un nuevo destino y uso del monasterio, y por la tanto la salida de los Escolapios del mismo.

Tras su corta estancia en el Escorial, el P. Faustino es destinado a Monforte de Lemos, donde es nombrado rector de la Comunidad, en 1875. Su deseo de ser trasladado a la naciente provincia escolapia argentina no le impide dedicarse de lleno a la misión que ahora tiene. Se compromete, como siempre apostando por todo aquello que suponga un bien para los niños y jóvenes. Como hombre de fe, entiende que MNonforte es la “republica argentina” que el Señor le ofrece, a través de sus Superiores. Y él, que desea profundamente dejar que Dios guíe su vida, la acoge generoso con el anhelo de seguir viviendo aquí el espíritu de José de Calasanz.

En su función de rector pronto se encuentra con las primeras dificultades, en este caso económicas. Empezó a obrar defendiendo la justicia y luchó ante los poderes públicos por el restablecimiento de los derechos del Centro. Además entendía que si los Escolapios se veían obligados a abandonar la ciudad, esta quedaría siin la oferta de una educación integral, desde la Piedad y las Letras. Tras muchas dificultades, el P. Faustino había asgurado la permanencia de los PP. Escolapios en Monforte. Una lucha en defensa del “pueblo”,  para garantizarle mayores posiblidades de educación. Fue sinduda, una batalla emprendida desde la conciencia que tiene de estar “consagrado a la enseñanza del pueblo”. Su servicio como rector y su ministerio educativo los comparte con con sus aficiones botánicas, que aquí se plasman, sobre todo, en el cuidado de la huerta en la que cultiva algunas plantas medicinales.

Una muestra de su amor por lo calasancio, en esta época, es la petición formulada al P. General para que le envíe una “Reliquia de Nuestro Santo Padre a fin de exponerla a la veneración pública”. Fomenta todo aquello que ayudae a la Comunidad a mantener vivo y encendido el espíritu calasancio que tan arraigado está en él. El P. Juan Mármol, rector de Sanlúcar de Barrameda, lo definirá en 1925, “como hijo de San José de Calasanz, hijo verdaero amantísimo que copia con fidelidad las virtudes todas de su padre”.

Septiembre de 1878 es una fecha importante en la vida del P. Faustino. finaliza su período de como rector. La congregación provincial debe proceder a nuevos nombramientos. Él vuelve a manifestar su deseo, unido ahora al de que no se le renueve el nombramiento de rector. El P. Vicario Genral le concede por fin permiso para marchar a Buenos Aires. Es el día 7 de septiembre de 1878. Pero los planes de dios y los suyos siguen sin coincidir. En esta fecha se celebra Capítulo Provincial. No sabemos lo que ocurrió, sí el resultado. El P. Faustino parece renunciar definitivamente a su anhelo de surcar los mares y acpeta seguir en Monforte como rector. Continúa pues en Monforte, hasta el año siguiente en el que es destinado a Sanlúcar de Barrameda, después de haber presentado su renuncia como rector.

De nuevo hacia el sur. En octubre de 1879, el P. Faustino llega a esta tierra cargada de recuerdos para él… Es la tierra que le adoptó como hijo, de la que partió con fama de sabio y de santo y que ahora, en esta segunda estancia, le revelará como un hombre profundamente apostólico. Es una tierra que quiere al P. Faustino. Es una tierra a la que él quiere. y en ella dio a Dios lo mejor de sí.

Su día, como cualquier escolapio, transcurre entre la oración, las clases, la biblioteca de la qu enuevamente es encargado, el contacto cercano con los alumnos, el servicio sacerdotal en el confesionario. Sabe que son muchas las urgencias a atender a nivel educativo-pastoral, dentro del colegio. Pero ha tenido ocasión de comprobar que también las hay fuera de los muros que le rodean. Como Calasanz en Roma hace ya mucho tiempo, en contacto cercano con el “pueblo”, descubre que la educación no está al alacance de todos. Es un derecho de todos, pero del que, en Sanlúcar de Barrameda, disfrutan sólamente algunos y, nobre todo, los niños, ¡no tanto las niñas!. El P. Faustino tiene una mirada benigna para las niñas.

Por eso cuando sus ocupaciones terminan en el colegio, visita “una escuela de amigas” que tiene en su casa una señora, amiga de una dirigida suya. Las anima, les ayuda a enseñar a las niñas. Por su parte, está dispuesto a ofrecerles su apoyo. En este momento el P. Faustino cree que ésa ha de ser su aportación para paliar esta necesidad. El Espíritu le conducirá por otros coaminos no sospechados aún para él en aquel momento.

El P. Faustino llega, por segunda vez, a Sanlúcar de Barrameda con todos sus sentidos abiertos a la realidad humana. Como escolapio se sabe patrimonio de los niños a los que ama de veras y les entrega lo mejor de sí mismo. El día en la vida del P. Faustino gira en torno a ellos, en las clases, en lso pasillos, en los patios de juegos. Pero Faustino Míguez es un hombre de mirada amplia, sin límites, capaz de traspasar las fronteras de su quehacer educativo en el colegio para contemplar toda la realidad del entorno que le rodea.

A través del confesionario conoce a Catalina García y tiene noticias de que una amiga suya, Francisca Martínez, recoge en su casa a un grupo de niñas y les enseña las primeras letras. Desde su gran celo apostólico y su amora a la educación surgen en él ardientes deseeos de conocer esa sencilla escuela, situada en la calle San Nicolás, frente a la casa de los Escolapios.

Por eso alguna tarde, una vez concluidas su actividades escolares, atraviesa el umbral de la puerta del colegio y toma contacto con una “entidad” muy extendida por Andalucía y poco conocida para él: la escuela de amigas. Los contactos del P. Faustino con la “escuela de amigas” van siendo cada vez más frecuentes. en sus paseos por las calles de Sanlúcar de Barrameda descubre algo que como educador le impresiona, igual que le sucedió a Calasanz en Roma con los niños: hay muchas mujeres analfabetas y las niñas, a veces, no tienen acceso ni siquiera a estas escuelas y mucho menos a un centro educativo.

Se detiene a pensar las causas que provocan esta situación. Se da cuenta que son insuficientes los centros públicos y privados que hay. Además, en ellos ¡la preferencia es para el niño!. Las escuelas de amigas son la única solución aportada hasta el momento a esta realidad y la oferta educativa que está más al alcance de la mujer. E intuye que es claramente insuficiente.

Ante sus ojos y desde la mirada de Dios, aparece un neuvo marginado: la mujer, que está abandonada, sola, necesidatada. Entiende que, en la práctica, se le niega su derechoa ala educación y, por tanto, su puesto en la cosntrucción del mundo desde el querer de Dios.

No pasa de largo ante esta nueva forma de marginación que descubre. Él, según lo que le permiten sus ocupaciones como escolapio, ofrece parte de su tiempo para colaborar en la escuelita con la explicación de algunas asignaturas y, sobre todo, dando una sólida formación crisitana a esas niñas y a las que están al cargo de ellas.

Con Francisca y Catalina, colaboran también Nicolasa y Pepita. Él presta su apoyo incondicional a aquellas buenas mujeres. Así se pone de manifiesto en el primer documento que tenemos referente a la Asociación: “Consultado su espíritu y sus deseos con sacerdotes dignísimos, ha merecido la aprobación de éstos, y animadas con sus exhorataciones, vienen dedicándose al ejercicio de la enseñanza y de la caridad en esta localidad de Sanlúcar de Barrameda.

Poco a poco irá descubriendo que está siendo llamado a ser el samaritano que coge al necesitado y le da su tiempo, pero además le lleva a casa, y emplea en él lo mejor que tiene, la vida. No todos sus hermanos de Comunidad entienden las visitas y la colaboración del P. Faustino en la “escuela de amigas”. Es comprensible, pues esto lleva consigo un trato asiduo con una obra iniciada y guiada por una mujer y frecuentes salidas del coleigo. Pero es el Espíritu quien le mueve y le urge a dar una respuesta, y por ello no encuentra obstáculos que le detengan.

Por otra parte se emplea también en la atención a los enfermos. Inicia aquí, en Sanlúcar de Barrameda, la elaboración de algunos preparados medicinales. Su fama va cundiendo por la ciudad. Los pacientes obtienen eficaces resultados con el tratamiento que les indica, siempre a base de plantas medicinales. Pero al mismo tiempo, la situación se complica, ya qu ahora los médicos temen que les haga la competencia y comienzan las críticas y presiones de aquellos que hace tan solo unos años, le labaron por el trabajo realizado sobre el análisis de las aguas de los manantiales. Críticas y oposiciones que supo sobrellevar ocn una gran serenidad y fortaleza. Estas quejas llegaron a tal extremo que el rector, ante la presión de la clase médica, prohíbe al P. Faustino atender a los pacientes.

En mayo de 1884, Catalina y Francisca envían un documento firmado solamente por ellas dos, al Arzobispado de Sevilla, en el que expresan su deseo de ser religiosas y solicitan la aprobación de una Congregaión, acompañando a la solicitud el Prospecto de la Asociación de Hijas de la Divina Pastora en el que se recoge: “Las Hijas de la Divina Pastora se consagran a buscar almas y a encaminarlas a Dios, ejercitándose al efecto en toda obra de caridad y con toda clase de personas. Todas de Dios, se les consagran por los tres votos comunes a toda Congregación religiosa y por el suyo peculiar. A esta solicitud, se les responde que las congregadas continúen como hasta aquí, probando su vocación.

El P. Faustino sigue cercano a esta sencilla obra, alentando a las encargadas y ofreciendo su ayuda. Pero en lo más profundo de él está surgiendo una inspiración… “Un día, hablando sobre el asunto con estas señoras, les dijo que parecía ser de Dios la idea que sentía de fundar una Congregación de religiosas para que formando el corazón de las niñas fuesen aptas para el porvenir y llevar así muchas almas a Dios.

En octubre de 1884 tiene lugar un acontecimiento importante porque va a suponer para el la confirmación de lo que hace tiempo, siente como llamada dentro de sí. El cardenal Fray Ceferino González, Arzobispo de Sevilla visita pastoralmente la ciudad de Sanlúcar de Barrameda. Cuando iba a Sanlúcar tenía, por costumbre, hospedarse en el colegio de los PP. Escolapios. Esta circunstancia favoreció el encuentro con el P. Faustino. Hablaron sobre la escuelita, aún desconocida para muchos, sobre la solicitud prestada por Catalina y Francisca. Fray Ceferino González intuye que esta humilde obra en la que ya colabora el P. Faustino, puede ser el germen de un don del Espíritu a la Iglesia. Y le anima a tomarla en sus manos, como respuesta a una nueva llamada que Dios le hace.

El Padre Faustino, animado por el Arzobispo presenta las Bases de la nueva Asociación. La Voluntad de Dios se le manifiesta, con claridad, a través de las mediaciones humanas. El camino se presenta duro y difícil. Pero como siempre, por su parte ni un solo obstáculo. La respuesta: si, Señor, aquí tienes mi vida. Se pone en camino, con la certeza y confianza de que Dios proveerá.

El P. Faustino urgido por el Espíritu se ha hecho el encontradizo con el marginado de su tiempo y, como Calasanz en Roma, no va a pasar de largo. La gran intuición de este hombre es saber contemplar en las niñas de su tiempo “las esposas y madres del mañana y por consiguiente las familias y el Sanlúcar del siglo XX”. Como educador nato, desde su ser escolapio, está convencido que sólo una educación integral puede posibilitar a la mujer desempeñar su misión y prepararle para todas las circunstancias de la vida. Las niñas necesitan de la educación. Es un convencido de que la niñez femenina debe ser liberada de las tinieblas de la ignorancia, y acompañada desde el amor y la cercanía hasta Dios que es la “Verdad”. Por eso, urgido por el Espíritu está dispuesto a responder a este clamor.

El 2 de enero de 1885 son aprobadas las Bases de la Asociación de Hijas de la Divina Pastora y el P. Faustino es nombrado Director de la misma. El objeto de la Asociación queda plasmado de forma clara y concreta, y en términos pastoriles, en las Bases: “buscar y encaminar almas a Dios, por todos los medios que están al alcance de la caridad” “evitar que la inocencia del corazón se pierda entre las tinieblas de la ignorancia”.

El P. Faustino desea poner sólidos cimientos en la obra tanto a nivel religioso como a nivel educativo. Busca una maestra titulada que pueda estar al frente del colegio como directora. Es así como encuentran a Ángeles González León, una joven que hace poco ha finalizado su carrera de magisterio. El día 4 de abril de 1885, llega a Sanlúcar. A la mañana siguiente, fue a conocer al P. Faustino, que al verla le dijo: “quien sabe si servirás para ser piedra fundamental de este edificio”. Probablemente Ángeles no entendió el significado de aquellas palabras, pero las guardó en su corazón y las entendió más tarde, al ser superiora general del Instituto.

El día 6 de abril se bendice los locales y el día 9 comienzan las clases. El 2 de agosto, comienzan las primeras 5 jóvenes el Noviciado.

Aquella “escuelita de amigas” se ha convertido en una Institución religioso-educativa al servicio de la educación integral. Una Institución que nace “en la sencillez y educa con esperanza”.

El 23 de Octubre de 1885 el colegio es autorizado como Colegio libre de primera enseñanza de la congregación de Hijas de la Divina Pastora, y en 1887 son aprobadas las bases  de manera definitiva.

Pero a la Asociación llegan las primeras dificultades. A sólo tres años de sus comienzos, en 1888, el P. Faustino es enviado a Getafe. Él no comunica, de momento, su traslado a las novicias. Solamente le preocupa una cosa: dejarlas instaladas en una casa que sea propiedad de la Asociación. Y la ocasión se presenta, precisamente en julio de este año, cuando D. Juan de Argüeso en agradecimiento al P. Faustino por haberle curado de una enfermedad les cede una casa. El traslado al nuevo local urge; se hacen algunas reformas y pronto se empieza la mudanza. “En quince días ya estábamos allá… Se nos dijo muy en secreto que el Padre se marchaba y por eso era la prisa de dejarnos en una casa que no nos molestaran”

Ante la oscuridad que supone para todos su traslado a Getafe, en el P. Faustino brilla una única luz: la certeza de que si es obra de Dios, Él proveerá todo lo necesario para que continúe.

La Asociación continúa sus pasos, pero ahora sin la presencia cercana del Fundador. En las cartas que escribe a las aún novicias las anima para que afronten las dificultades que lleva consigo el comienzo de cualquier obra.

1889 es un año de bendiciones para la Congregación ya que en él tiene lugar también la primera profesión religiosa, el 2 de agosto.

Pronto la Congregación empieza a expandirse. En las primeras fundaciones hay un común denominador: la dedicación preferente en la misión educativa a las niñas pobres. Las jóvenes religiosas a las que toca impulsar y consolidar las nuevas presencias se han imbuido bien del espíritu del Fundador. Desean que a ninguna niña falte la educación, pero sobre todo a ninguna niña pobre.

El lugar elegido, para la primera salida de las fronteras de Sanlúcar de Barrameda es nuestro pueblo de Chipiona, un pueblo cercano y que “agradó siempre a nuestro fundador”. Les mueve a hacerse presentes allí “la falta de instrucción que tiene” El 12 de octubre de 1892 se da el primer paso para la fundación de Chipiona.

En este pueblo vive Doña veneranda de la Vega, una señora mejicana, a la que conocen por medio de un franciscano del Convento de Nuestra Señora de Regla. Ella ha hecho promesa de trabajar por la fundación de una casa religiosa, en Chipiona, que se dedicara a educar principalmente a las jóvenes huérfanas y desvalidas.

Las religiosas acogen bien su proposición. Después de muchas gestiones y avatares se llega a un acuerdo con Doña Veneranda y Doña Trinidad Trechuelo, que apoyó también económicamente la fundación. Los Franciscanos estuvieron siempre muy cercanos a las religiosas y las alentaron en las dificultades de los inicios, y hasta el día de hoy.

El nuevo colegio nace con la finalidad de atender a niñas pobres, en este caso, huérfanas y, por tanto, en régimen de internado. El 19 de abril de 1894 tiene lugar la inauguración de las clases.

Casi la mitad de la vida del P. Faustino transcurre en Getafe. Llega a esta ciudad, por segunda vez, el 30 de septiembre de 1888. Pasará aquí los 37 años restantes de su vida. En algunas cartas que escribe a Madre Ángeles, deja ver que el clima de Getafe no le sienta bien y le acecha la enfermedad. Pero se nos muestra, una vez más, como el hombre dispuesto a aceptar la voluntad de Dios, manifestada a través de los Superiores, a costa incluso de la propia vida: “El médico me vio des el principio ya la primera de cambio me dijo: A Sanlúcar otra vez. Yo le daré un certificado de que así lo necesita o iré en persona si Vd. Quiere, a su Superior. Ni lo uno ni lo otro, gracias; ni pedí salir, ni pediré volver, aunque supiera que me moría hoy mismo. Este ha sido siempre mi sistema y no lo cambio al último de mi vida. Tengo que morir: aquí o en otra parte, lo mismo da… A Pekín estoy dispuesto a ir, si así me lo mandan”.

Su dedicación principal como siempre, es la docencia. Nos queda constancia de su hacer educativo aquí en Getafe en el testimonio de uno de sus alumnos: “Todos deseábamos en los recreos de los primeros cursos nos tocara el P. Míguez porque nos lo hacía pasar muy bien. Era muy sencillo, muy humano y profesor de mucha entrega. En los cursos superiores nos daba unas clases estupendas con gran claridad y pedagogía. Trabajaba mucho con los más atrasados y nunca dejaba, fuera la clase que fuere, de darnos alguna lección de moral o religión, algo que nos sirviera para nuestra formación. Con ocasión de hacer estudios superiores tuve oportunidad de tratar a muchos profesores de Filosofía y Letras, pero sólo puedo deciros que el P. Míguez era un auténtico pedagogo, un sabio y un hombre extraordinario por su virtud, al que otros llamarían santo”.

Su amor y entrega a los niños continúa siendo total, desinteresada. Por ellos sigue estando dispuesto a todo. Los alumnos y novicios admiraban su talante de sencillez; les llama la atención sus miradas de bondad y cariño: “Fue la etapa más feliz de mi vida como estudiante. El P. Faustino tenía la costumbre de cruzarse las manos poniendo una sobre otra alternativamente cuando paseaba por el patio durante nuestros recreos. Era muy afable y cariñoso. Para cada uno de nosotros era un verdadero padre y yo sentía hacia él un verdadero afecto de hijo. Nos trataba y se comportaba con cada uno de una forma justa y equitativa. Era también para nosotros un verdadero compañero. Sentíamos hacia él un gran respeto y a la vez una irresistible atracción”.

El P. Aurelio Isla, que estaba de aspirante en el año 1913, recuerda su gesto amable cuando atravesaba el patio del colegio de los Escolapios para ir a visitar a sus religiosas, que desde 1906, se habían instalado en Getafe: “Con frecuencia le veíamos pasar a nuestro lado por el parque del colegio, camino del colegio de las Pastoras, para trabajar en el Laboratorio y cuantas veces se cruzaba con lo jóvenes teólogos, nos saludaba levantando suavemente el bonete, con que iba siempre cubierto, sonriendo al mismo tiempo con sencilla amabilidad”.

Desde su nuevo destino cuida la Congregación de Hijas de la Divina Pastora que da con gozo sus primeros pasos. Lo hace a través de las numerosas cartas que escribe y de algunos viajes que realiza a la ciudad andaluza.

De los que realiza a Chipiona, nos ha quedado el testimonio de D. Juan Soto Naval, que era monaguillo del colegio y le ayudaba al P. Faustino cuando iba allí. Recuerda su gran talante humano y su capacidad de escucha: “Como era de edad avanzada, yo me consideraba como su ayuda de cámara. Le alcanzaba el sombrero, le ayudaba a ponerse el manteo. Luego apoyado sobre mi hombro y su bastón íbamos a la sacristía yd e nuevo le ayudaba a revestirse. Cuando tenía que ir a casa de algunas personas, me mandaba llamar y le acompañaba. Mientras tanto se interesaba por mis cosas, por mis estudios y llegaba incluso a hacerme preguntas de los temas estudiados, y si yo no sabía las respuestas, él me las explicaba. Su sencillez, buen trato y dulzura no me pasaron desapercibidos.”

Los años pasan y al P. Faustino le llega el momento de la jubilación como docente. Pero sabe que en otros campos de su misión no es posible la jubilación porque el ser humano sufre bajo el peso del dolor moral y está necesitado de escucha y de reconciliación. Se dedica intensamente a su labor sacerdotal, que él tanto valoró, por la influencia que tiene en toda la vida humana.

Su fama fue grande como guía y director espiritual. Pasa muchas horas en el confesionario. Contribuye desde él, para imitar a su Divino Maestro, a la salud del espíritu, devolviendo la paz al que se acerca arrepentido. Fue un verdadero samaritano del dolor moral del ser humano.

En esta ciudad, vivió el P. Faustino, en esta segunda estancia, momentos gozosos y también de dolor. Getafe fue escenario de las mayores alegrías en su vida. Tiene la dicha de vivir la Aprobación Pontificia del Instituto y la marcha de las Religiosas a Chile y Argentina…

Pero, a la vez, es una etapa no exenta de cruz, por la lejanía desde la que tiene que vivir la relación las religiosas; por su separación de la Congregación de las Hijas de la divina Pastora, en dos ocasiones diferente; por las intensas y críticas y persecuciones de las que es objeto debido a su atención a los enfermos; por la utilización de los ingresos de los específicos para los colegios de las religiosas… Calla, obedece y acepta. Todo lo sufre, sin duda, por la obra que empieza a crecer. Getafe significa también, en su caminar, la experiencia del gozo del silencio.

El P. Faustino vive un ambiente de relaciones comunitarias cálidas y fraternas, desde las que se debió sentir más aliviado en los momentos de prueba. Por ello, expresa su deseo de morir en el colegio “por si Dios me concede la gracia de recibir, entre mis hermanos, todos los sacramentos”. En el año 1921 la Comunidad le celebra la entrada a los 90 años como el Fundador Calasanz, llegando incluso a dedicarle unas poesías.

Fueron muchos los años vividos en Getafe, en esta última etapa, pero los aprovechó bien para madurar en santidad. A los 94 años es ya fruta madura para la recolección.

El día 8 de marzo de 1925, el Señor le llama a gozar eternamente de su amor. Su vida termina rodeado de sus religiosas, que acudían todos los días a visitarle. Nos lo cuenta Madre Dolores Carrillo: “Tuve la suerte de estar en la puerta de la enfermería cuando se dieron cuenta de que el padre había expirado. Porque precisamente nos dijo que fuéramos a verle a los dos de la tarde; cosa que no solía mandarnos a esa hora tan intempestiva. Yo vi que el Padre Felipe Estévez, llevaba la estola, entró en su habitación y le administró los últimos sacramentos. Por la mañana estuvimos con él hacia las once y se hallaba en la tribuna oyendo misa, nos dijo “venid a las dos”, y le dijimos, ¿Padre, a las dos?, pareciéndonos una hora muy rara, porque no acostumbraba a recibir a esa hora. Fuimos por la tarde y al llegar allí, nos encontramos con lo relatado ya”.

El hermano Cirilo que lo atendió en los últimos momentos dice: “Tenía el rosario entre las manos y una palidez y serenidad grande”. De la mano de María llegó a las Escuelas Pías, bajo su protección vivió y puso la Congregación por él fundada, y acompañado por Ella llegó al seno del Padre.

Una vida que resume muy bien el P. Juan Mármol, en la oración fúnebre que pronuncia en Sanlúcar de Barrameda, el 16 de marzo de 1925, a los ocho días de su muerte: “Cuantos tuvimos la dicha de estar a su lado algún tiempo -pues dicha muy grande es la de estar al lado de algún justo-, cuántas cosas pudimos admirar de él: el dominio soberano que tenía de sí mismo; su humildad sin límites; su caridad inagotable; sus palabras sustanciosas siempre llenas de unción; su afabilidad, aquel desvivirse por servir y agradar a todos, su bondad, en fin, que se reflejaba en todas sus acciones, y resplandecía en su rostro venerable”.

Esta fue la vida de nuestro querido P. Faustino, por quien debemos dar gracias a Dios, ya que entregó su vida entera a este gran sueño de Dios, del que hoy todos formamos parte.

El 25 de Octubre de 1998, fue beatificado por el Papa Juan Pablo II en Roma, que dijo de él: “El que se humilla será enaltecido (Lc 18, 14). Al elevar a la gloria de los altares al Sacerdote Escolapio Faustino Míguez, se cumplen estas palabras de Jesús que hemos escuchado en el Evangelio. El nuevo Beato, renunciando a sus propias ambiciones, siguió a Jesús Maestro y consagró su vida a la enseñanza de la infancia y la juventud, al estilo de San José de Calasanz. Como educador, su meta fue la formación integral de la persona. Como sacerdote, buscó sin descanso la santidad de las almas. Como científico, quiso paliar la enfermedad liberando a la humanidad que sufre en el cuerpo. En la escuela y en la calle, en el confesionario y en el laboratorio, el P. Faustino Míguez fue siempre trasparencia de Cristo que acoge, perdona y ama.”

A su intercesión encomendamos nuestro centro y toda nuestra labor educativa, así como a cada uno de los alumnos y familias que pasan por él. Que él interceda por nosotros para que podamos seguir haciendo realidad, aquel sueño que comenzó, hace ya tanto tiempo, y al que entregó su vida, el B. Faustino.

(Texto adaptado de lo extraido de “Calderón, Sacramento. Buscando la voluntad de Dios. 1998. Madrid” y “Religiosas Calasancias. Faustino Mísguez Sch. P. Fundador del Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora. 1999. Madrid”)

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